Me llamo Laura pero me dicen Chispa. Podés llamarme de cualquiera de las dos maneras (me nombran con muchos diminutivos tales como Lau, Chis, Lauchis, Chispita o Laurita).
Soy tejedora desde que tengo memoria. Comencé tejiendo crochet con mi abuela Dora aproximadamente a los cinco años, más adelante seguí con las dos agujas. A partir de ese momento, el tejido de punto me acompañó a todos lados. Incluso recuerdo tejer en el patio del colegio con mis amigas durante el recreo. Viajes, salas de espera, momentos de ocio esperados. Cualquier momento siempre venía acompañado de unas agujas para mí.
Hasta que conocí los telares en 2017 y me enamoré nuevamente. Descubrí en la Escuela Provincial de Artesanos de mi ciudad de La Plata que el mundo del tejido era mucho más grande de lo que yo creía.
Sólo conocía los tejidos que involucraban un hilo continuo. Cuando sumé un conjunto de hilos más para entrecruzar flashé.
Yo conocía los telares porque mi mamá tejía en telar, pero por esas cosas de la vida nunca me enseñó. Cuando yo era chica ella tejía en un telar triangular (digamos que es un pariente rudimentario de los telares que tienen urdimbre y trama), y durante mi adolescencia comenzó a aprender a tejer en telar maría y faz de urdimbre en el Mercado de Artesanos de la provincia (donde luego funcionó la escuela donde aprendí).
Yo la miraba fascinada pero no tenía tiempo. Estaba estudiando Letras y me consumía muchísimo tiempo (y me encantaba), así que no podía permitirme dedicar a tejer más tiempo que el de las agujas en las salas de espera.
Mi momento de comenzar a telarear se hizo esperar, pero fue en el momento oportuno. Tuve la suerte de aprender con mis maestras increibles, Olivia e Irina.
De ahí en más el telar se transformó en una necesidad para mí. Un lugar especial de mi vida y un espacio muy mío. Me transporta hacia lo más íntimo de mi ser. Me carga de energía positiva y me drena todo lo que quiero alejar de mí. Me obliga a reflexionar en el ir y venir repetitivo y tranquilizador de las tramas.